Breve análisis del retrato

Indira V. Sanz

El retrato es una de las expresiones artísticas más acérrimas en la historia de la humanidad. Desde los retratos mortuorios de Fayum, Egipto, hasta los montajes armados en estudios especializados de fotografía, incluyendo las llamadas selfies, tal manifestación resulta ser testimonio de una conducta inmanente en el ser humano: la reafirmación de la singularidad individual. A excepción de la Edad Media (que privilegiaba el concepto de lo divino relegando a segundo plano la individualidad, y por lo tanto el tema mencionado tiene muy pocos registros en dicha época), la historia de la civilización tiene como evidencia un sinfín de representaciones de la identidad personal. 

Como conducta propia del ser humano, esta necesidad de autoafirmación ha sido tema de discusión en materia de psicoanálisis. El individuo se sabe parte de una colectividad, inclusive exige ser parte de ella; sin embargo le es menester distinguirse de la misma con base a la construcción de su propia personalidad, la cual va de la mano con sus vivencias y su contexto histórico-social. Tal planteamiento es algo que experimentará a lo largo de toda su existencia. 
Erich Fromm asevera esto como “un sentimiento de identidad tan vital e imperativo, que el hombre no podría estar sano si no encontrara algún modo de satisfacer dicha necesidad”. 

Es quizá el retrato el género más recurrente tanto en la plástica como en diversos medios de expresión. Sin embargo, más allá de la mera representación de un individuo,  posee cualidades intrínsecas que funcionan como soporte. No solamente reproduce la imagen de un sujeto en cuestión, sino que abstrae su individualidad, creando una confrontación entre su idiosincracia y la visión del otro. En tal caso no podría hablarse del retrato como una simple copia, ya que conlleva todo un proceso razonado detrás para su realización, empezando por la elección, a criterio de la persona que lo ejecute, del plano más adecuado, siendo por motivo un rostro o el cuerpo entero como parte de la composición. Los colores y las luces son otro factor a considerar, dependiendo del mensaje y a lo que se le quiera proporcionar énfasis. Es el retrato pictórico el que requiere de toda la plasticidad que la pintura pueda proporcionar. 

Ahora bien, si hablamos en conjunto, a través de la historia de la plástica el retrato no sólo funcionaba para representar a un individuo; en realidad ha servido para representar a ciertos  círculos de la sociedad, en especial a las clases privilegiadas e influyentes, denotando la enorme brecha entre éstas y los sectores marginados.

Los jerarcas y la realeza lo utilizaban como un instrumento para dominio de las masas, que a través de la  incorporación de algunos elementos de mistificación en las pinturas, ponían en evidencia su derecho divino, aunado a los estrechos vínculos con la clase eclesiástica. Más que educar y proporcionar esperanza, estas figuras canonizadas imponían una realidad aplastante; recreaban una figura de autoridad y despotismo para sus gobernados (véase como ejemplo la monarquía española de la Nueva España). Ha sido el retrato a final de cuentas un símbolo de poder. La inmortalidad, aunque se limite a un bastidor. 

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